Tráfico de caravanas es la expresión que usan los arqueólogos en los Andes para referirse a los viajes que los pastores y sus llamas efectuaban y aún siguen efectuando en muchas partes una o más veces al año entre las tierras altas y las tierra bajas. Su objetivo es transportar artículos producidos en su comunidad para intercambiarlos con las comunidades agrícolas por bienes no disponibles en su medio de origen. Esta actividad requiere de machos cargueros, una red de senderos troperos y rudimentarias estaciones llamadas paskanas donde hay forraje, agua, leña y refugio. Generalmente, la recua comprende hasta 50 llamas, la jornada cubre hasta 20 kilómetros y la expedición puede durar entre cinco días y cuatro meses.
La carga promedio es de 30 kilos. Va en un costal que se amarra al lomo del animal con sogas de pelo de camélido; antiguamente, en la puna y sus bordes se usaban para el mismo efecto ganchos de atalaje conocidos como tarabitas. La llama líder de la recua lleva un cencerro de madera o metal y el llamero –denominado según la región llamichiq, llama qateq, señor caminante, transportista, fletero, tata− camina detrás de la tropa, provisto de una honda para obligar a los animales a mantener la marcha.