El imperio inkaico marcó sus ciclos a partir de diversas festividades rituales que guardaban relación con la posición del sol. Y los calendarios fueron herramientas que llevaron consigo a todos los territorios que ocuparon a lo largo del Tawantisuyu. Estas herramientas les permitieron vincular las características topográficas con los ciclos celestiales y a su vez, con hechos y ciclos míticos, políticos y rituales. En sus calendarios portaban toda una cosmología que perdura hasta el día de hoy en ciertas comunidades andinas.
El calendario según el mundo andino
Las dos festividades más importantes eran Qhapac Raymi y Qhapaq Inti Raymi, correspondientes con los solsticios de invierno y de verano, respectivamente. Ambos eventos daban cuenta de la transición de la época seca hacia la época lluviosa, y viceversa, eventos que a su vez definían los momentos más aptos para actividades como el trabajo agrícola o pasajes rituales de la juventud a la adultez.
También se hacían grandes ofrendas para venerar al astro solar, que era considerado parte del linaje directo del inka. Para ello se sacrificaban grandes cantidades de llamas, y se cuenta también que se hacían sacrificios de 500 niños, que eran enterrados con enormidad de ofrendas valiosas, como conchas de mullu, cerámica y joyas de oro. Esta fecha también se prestaba para la celebración de la fiesta de “Guarachico”, que era una fiesta de iniciación de los jóvenes nobles que iniciaban su transición hacia ser adultos y guerreros.
Después de las ofrendas y los sacrificios, había muchas fiestas. Felipe Guamán Poma relata en sus crónicas que “comían y bebían a la costa del sol, y danzaban taquíes (una danza ceremonial), y bebían grandemente en la plaza pública del Cusco y en todo el reino”
Después del Qhapaq Raymi, se decía que venían grandes aguaceros (lo cual guardaba relación con el invierno boliviano) y que este periodo marcaba la llegada de los productos tiernos y nuevos: papa, oca, ulluco y maíz. Se comenzaba a limpiar las chacras para que la tierra descansara durante un mes. En el mes que seguía al Qhapaq Raymi, el inka mandaba a hacer penitencias, ayunos y procesiones a los templos del sol, la luna y los ídolos locales (wakas), marcando el inicio de la temporada de estío.
El contacto entre dos formas de comprender el tiempo
Cuando el ejército español alcanza el territorio andino controlado en ese entonces por el Tawantinsuyu, no comprendió este sistema de conocimiento del inka en torno a los ciclos celestiales. Para los europeos, el tiempo se marcaba por los meses del calendario gregoriano. Conceptos tan conocidos para los habitantes de los Andes como “estación lluviosa” y “estación seca” resultaron ajenos al europeo, cuya calendarización occidental guardaba más relación con las tradiciones judeocristianas: el calendario gregoriano de 12 meses que hoy resulta tan familiar.
Un cronista fundamental que permitió establecer puentes entre ambas formas de concebir el tiempo –los 12 meses del calendario gregoriano y el del ciclo de ritualidad inkaico– fue el cronista indígena Felipe Guamán Poma de Ayala. En su emblemática “Primer nueva corónica y buen gobierno” del siglo XVI, Guamán Poma alude a los calendarios como un instrumento que “tenía la obligación de llevar la cuenta de los días, semanas, meses, de los momentos convenientes para el cumplimiento de determinadas actividades agrícolas y la celebración de algunas festividades” (Ossio).
Sus escritos y dibujos son fundamentales para aproximarse a la cosmovisión y a la adaptación de las comunidades locales tras la llegada de los inkas y posteriormente, de los españoles en el mundo andino.
La llegada del sol viejo
Para los inkas, existían diferencias entre la celebración de ambos solsticios. Mientras el solsticio de diciembre correspondía a la llegada del “sol viejo”, el solsticio de junio celebraba el “sol joven” (Demarest). Esta intención de asociar el sol a una edad guarda relación con la posición del sol en el hemisferio sur, territorio en donde los inkas celebraron estos cultos. La celebración del solsticio de verano consistía en una ceremonia llamada Qhapaq Inti Raymi o “Gran Fiesta del Sol Rey”, la cual era incluso más importante que el solsticio de junio (Inti Raymi), puesto que marcaba el máximo apogeo del sol en su paso por el cielo del hemisferio sur.
Esto se explica porque en ese momento el sol tiene su recorrido más largo en el cielo visible, haciendo que sea el día más largo del año. Desde entonces y hasta los siguientes seis meses, el sol comienza a alejarse del punto más alto, dirigiéndose hacia el norte, y acortando sus días hasta llegar al solsticio de invierno el 21 de junio.
Así, investigadores como Demarest describen que el Qhapaq Raymi o solsticio de verano, consideraba que el sol estaba en su punto más “viejo” o fuerte. Mientras que el solsticio de invierno, se asoció a un sol joven, es decir, más débil. Esta relación entre los solsticios y la edad del sol fue indicada por varios cronistas, ajustándose a su vez a la calendarización de las festividades solares. De junio en adelante, el sol “joven” comienza su movimiento gradual hacia el sur, creciendo, acercándose, calentando cada vez más, hasta llegar al momento de su máxima madurez, la festividad del solsticio de verano en diciembre. En adelante, el sol comienza su camino adulto, desplazándose gradualmente hacia el norte y menguando hasta su muerte y posterior renacimiento, el Inti Raymi.
Con la llegada del imperio inkaico al actual territorio chileno, las comunidades locales debieron incorporarse a las prácticas del estado andino y junto a ello, participar de las celebraciones estatales. Lo anterior implicó también integrar tecnologías que les permitieran manejar calendarios y simbolismos que coincidieran con las prácticas inkaicas. El uso de áreas de observación de los puntos de salidas del sol en el horizonte fueron algunos de los elementos principales de esta incorporación. Cronistas como Joseph de Acosta, Juan de Betanzos o Garcilaso de la Vega indican que Pachacuti Inka Yupanqui ordenó la construcción de torres marcadoras de solsticios y equinoccios en las montañas del oriente y poniente del Cusco (Limón Olvera). De esta manera pudieron los trabajos destinados a las siembras y las cosechas, entre otras actividades del año.
Un observatorio del solsticio hacia el Aconcagua
En la cuenca superior del río Aconcagua existe un importante observatorio del solsticio de verano. Este se ubica exactamente en el cerro Paidahuén, un cerro isla ubicado a los pies de la ciudad de Los Andes, cuya cima ofrece una imponente vista hacia el monte Aconcagua, el más alto de Sudamérica y que además en sus laderas se encontraron un importante santuario de altura inkaico con una momia humana.
Cercano a la cima del cerro Paidahuén, existe un punto marcado por un gran bloque o panel con petroglifos asociado al sistema simbólico de calendarización traído por los inkas. Desde su meseta de altura, es posible ver salir el sol el día del solsticio de verano a través del cerro Mercachas (Troncoso et al. 2012). Paidahuén habría sido, y sigue siendo, un mirador escogido por los inkas para avistar el solsticio de verano desde su cima.
No es casualidad que el sol “viejo” de verano aparezca por el cerro Mercachas. Este monte es, según recientes investigaciones, el sitio incaico más extenso de toda la zona central de Chile. Por eso se le conoce como “Complejo Arquitectónico Cerro Mercachas”. Y es que además de poseer orientaciones claras hacia el amanecer del solsticio de diciembre, este sitio inka ritual posee otras asociaciones astronómicas, como la aparición de la constelación de Las Pléyades, y una vista directa hacia el santuario del cerro Aconcagua, principal waka incaika de la región (Schobinger 2001) y que es visible desde pocos lugares de la zona.
Pero, ¿qué significaba realmente el solsiticio para los inkas? A pesar de todas las investigaciones y mediciones recabadas a lo largo de siglos, siguen quedando muchas interrogantes respecto a qué rol cumplieron los solsticios y sus calendarios para estos habitantes de los Andes. No podemos especular el significado exacto de estos eventos astonómicos para esta cultura. Pero sí podemos subir a esos cerros y observar la salida del sol viejo, y tal vez, desde esa emoción, acercarnos al misterio que nos conecta con esta rica y vigente cultura andina de América.
Bibliografía
Catherine J. Allen. 2002 The Hold Life Has. Coca and Cultural Identity in an Andean Community (second edition). Washington D.C.: Smithsonian Books.
Demarest, Arthur. 1981 Viracocha the Nature and Antiquity of the Andean God. Cambridge Massachusetts: Peabody Museum of Archaeology and Ethnology, Harvard University.
Limón Olvera, Silvia . La Fiesta del Inti Raymi como marcador del año inka
Troncoso, A., D. Pavlovic, F. Acuto, R. Sánchez y A. Gonzalez-Garcia(2012). Complejo Arquitectónico Cerro Mercachas: Arquitectura y ritualidad inkaica en el Chile central. Revista Española de Antropología Americana. 42. 293. 10.5209/rev_REAA.2012.v42.n2.40107.
Mariusz Ziółkowski PACHAP VNANCHA El calendario metropolitano del estado Inca
TOM ZUIDEMA EL CALENDARIO INCA Tiempo y espacio en la organización ritual del Cuzco. La idea del pasado