La alfarería de la cultura Llolleo es una de las más antiguas de Chile central, propia de las primeras comunidades horticultoras que habitaron los valles y la costa de esta región. Su cerámica comparte con la de otros pueblos de igual o mayor antigüedad de Sudamérica, una serie de características en la forma de las vasijas, la monocromía de sus superficies pulidas y la decoración mediante modelado, grabado o aplicación de pintura negativa. Al parecer, estas cerámicas integran una macrotradición alfarera común, probablemente originada en las selvas orientales andinas, la que con el tiempo cada pueblo fue desarrollando en forma relativamente independiente.

El rostro humano es una decoración usual en los jarros Llolleo. Se modela al final del mango o asa, antes que esta se inserte en el cuerpo del jarro, conformando una suerte de segundo gollete, pero cerrado. Otras vasijas tienen asas dobles, cada una terminada con rostros gemelos. Los rasgos más sobresalientes del rostro son sus cejas prominentes en forma de “T”, que enmarcan ojos protuberantes que semejan “granos de café” y su boca de labios marcados, a veces fruncida como si estuviera emitiendo un silbido.

Estos jarros parecen haber sido usados para contener líquido, quizás bebidas alcohólicas, como chicha de maíz o brebajes psicotrópicos, para ser consumidas en actividades de congregación ritual comunitarias. También pueden haber sido dados como regalos, ya que abundan en los ajuares funerarios de los cementerios de esta cultura. A través de estos rostros modelados y de otros rasgos decorativos, los ceramistas Llolleo representaban su particular identidad cultural. Se ha planteado también que estas representaciones de rostros humanos son parte de una esfera estilística común con la contemporánea cultura Pitrén del sur de Chile, sugiriendo relaciones culturales de larga data entre ambas culturas.