De todas las artesanías elaboradas en la cultura Moche, la cerámica fue, sin duda, la que alcanzó mayor desarrollo. Sus expresivas formas escultóricas, así como los finos dibujos realizados en las paredes de las vasijas, presentan escenas de la vida cotidiana o míticas, guerreras, religiosas o rituales, caza, curanderismo, prácticas sexuales y personajes con diversos atuendos, entre un sinfín de otras características. El naturalismo que domina en el arte moche y las narrativas, muchas de ellas míticas, que hay tras las escenas representadas, facilita la identificación de los personajes que intervienen y las acciones que estos desarrollan en ellas.

En esta vasija, que es una botella a la que le falta su gollete, se modeló una montaña de tres picos de la cual se despeñan por su falda dos figuras humanas. En la cima, una persona postrada, cara abajo, está casi a punto de caer. Por la parte posterior de la vasija, un ser humano con una mueca horrorosa mira hacia arriba esperando ser la siguiente víctima. Dibujadas en toda la ladera hay gente mutilada y sangrante junto a un extraño personaje que domina la escena de sacrificio: es la deidad Iguana, un ser híbrido iguana y humano, ataviado con un tocado de cóndor y que porta un bastón. Detrás de él, se encuentra dibujado en línea fina el dios Cara Arrugada (también llamado Ai Apaec), que siempre acompaña a Iguana en las ceremonias. Ambas deidades ocupan un lugar importante en la mitología mochica. Son grandes guerreros cósmicos que mantienen el orden del mundo y aseguran la vida en la tierra mediante el sacrificio de víctimas humanas, como la que ellos parecen dirigir en esta cruenta escena.