Yana-Wara en tres tiempos: una conversación con Tito Catacora sobre espíritus, memoria y justicia

Por Paula Campos

Esta no es una entrevista, es una conversación. Una que sucedió en tres tiempos, tal cual lo hace Yana-Wara. El primero, en mi cabeza, mientras leía y escuchaba entrevistas que otros le habían hecho a Tito Catacora, tanto por ésta como por obras audiovisuales previas; el segundo, con él, sentados en el Museo Chileno de Arte Precolombino, mientras esperábamos que se iniciara la exhibición de su aclamado largometraje, parte de la 19ª Muestra de Cine+Video Indígena. El tercero como espectadora de una película que abrió infinitas reflexiones y emociones. Esos tres momentos son esta conversación.

Primer tiempo

Tito Catacora ha concedido decenas de entrevistas hablando sobre Yana-Wara, en ellas explica su relación con la obra, cómo vivió el proceso creativo (y emotivo) de la muerte de Óscar, su sobrino y “hermano” en lo laboral, que sucedió cuando sólo llevaban cinco escenas rodadas. Lo que sobrevino después y cómo fue el tránsito de hacer sin él esta obra. 

También se ha referido a la escena, a Los Andes y sus paisajes y cómo estos participan como los personajes vivos que representan para las culturas andinas. A sus decisiones estéticas en Yana-Wara, sobre todo al prescindir del color para mostrar con fuerza lo que les interesaba: los espíritus malignos personificados en este largometraje. “Si usaba colores, las personas se iban a distraer. Yo no quería eso. Buscaba que se concentraran en los espíritus y la fuerza que estos tienen”, señala. 

Espíritus que –como ha explicado previamente– nada tienen que ver con el concepto de bien y mal presente en las sociedades occidentales. “La idea (de hacer esta película) surge en base a que, anteriormente, habíamos realizado un documental llamado Pakucha, en donde yo dirigí la película y Óscar Catacora fue productor. En esa película hablamos sobre los espíritus benignos. Entonces, como la cosmovisión del nuestro mundo es dual, hacía falta tratar sobre los espíritus malignos”.

Conocida es también la decisión autoral con la que Catacora hace cine. “Yo hago cine de autor”, ha comentado en numerosas ocasiones, defendiendo la elección de los planos, el rol de la fotografía en sus películas y, en este caso, la decisión de hacer esta obra con un elenco local, personas que sin ser actores de formación terminaron protagonizando a otros, personajes que parecen no poder arrancar de un destino trazado, en este caso, por la desgracia. “Esta no es una película comercial, nuestro propósito es dar ese mensaje con la finalidad de que el espectador pueda analizar y reflexionar sobre los temas que abordamos. Siempre hemos incorporado los elementos culturales andinos para sacar buenas conclusiones y sea una materia para debatir”, dijo Tito en una entrevista en Perú.

La película (y Tito) hablan en este lenguaje de 4:3 con fotografia en blanco y negro sobre la justicia comunal que acusa a Evaristo, abuelo de Yana-Wara, del asesinato de la joven protagonista. Durante la audiencia, todos se enteran de la trágica historia de esta niña, quien, a causa de la violencia de género, empieza a tener visiones aterradoras tras haber sido tocada por los espíritus malignos que habitan en los Andes: “Yana-Wara es una película de autor o cine de arte. Su valor no radica en lo económico, sino es más en lo cognitivo porque incorporamos elementos culturales andinos. Por ejemplo utilizamos el idioma, la cosmovisión, la organización social, la teología andina, la medicina andina, y la justicia comunitaria, etc. Claro, es muy distinto el cine de entretenimiento cuyo propósito es la taquilla, donde lo económico importa más que lo cognitivo”.

Tito Catacora. Foto TMDB

Segundo tiempo

En retrospectiva, luego de los premios, los reconocimientos, ¿cómo miras Yana-Wara?

Hay un dicho que dice que el guión se va escribiendo en diferentes facetas, no solo cuando creamos. En la preproducción, en el rodaje, postproducción, cuando presentamos… y eso también cambia, depende de dónde la presentamos. Presentarla en Lima, donde grabamos o en otros lados del mundo… la historia varía para cada contexto. Yana-Wara no es una historia, es muchas, depende de quién la vea.

¿Cómo ha sido la reacción del mundo andino cuando hablas del horror a través de esta película?

Es bastante riesgoso. No es fácil abordar estos temas. Nosotros nos exponemos a divulgar con atrevimiento. No queremos romantizar nuestra cultura que es también imperfecta. Sí. Tenemos tenemos el temor de qué van a decir nuestros coterráneos. Por ejemplo, de mis colegas docentes, nadie quiso actuar para el papel de profesor, porque el docente de Yana-Wara representaba el antagonista, el mal, me decían “cómo crees que voy a representar eso. Qué van a decir de mi”. En esta obra hablamos también sobre el machismo o la violencia de género, temas sensibles. Nosotros, decidimos hablar de estos problemas que aquejan a toda la humanidad, no solo al mundo andino. Al final, entiendo que ellos nos comprenden, porque no estamos hablando de una realidad imposible. Tal vez, la realidad es peor que la película.

Las mujeres, en Lima, luego de un festival de cine, han cuestionado duramente la obra, me han interpelado por mostrar violencia sexual contra una niña. Dos o tres meses después de ese episodio, en la selva peruana aparecieron decenas de niñas ultrajadas… 

Al final, nosotros levantamos la información de la realidad misma, que ocurre no solo en la realidad andina.

Y la decisión de personificar a esos espíritus malignos a través del sufrimiento de una niña, ¿cómo ha sido esa reacción sobre esa elección?

El eje principal de la historia es abordar el tema de los espíritus malignos. Eso nos interesaba. Pero, para tratar ese tema, necesariamente teníamos que anclar con algo y, justamente, nos ha servido una niña. Para mostrar esta desgracia hemos tenido que hacer un personaje huérfano, que sufre violencia de género en el contexto de la educación tradicional. La protagonista ha jugado un papel tan importante que, incluso, ha desplazado la atención central desde los espíritus al sufrimiento de la niña. 

¿Cómo permea el espacio en tu propuesta artística?, desde la cosmovisión andina y cómo se muestra ésta cosmovisión en otras latitudes.

Necesariamente, en nuestra historia, está levantada la información en un contexto andino. Nosotros hablamos de esa inmensa cultura y que tiene su propia cosmovisión, todo eso está presente en la película, como el idioma, la organización social, la medicina andina o justicia comunitaria. De una u otra forma, para que otras latitudes entiendan, tal vez nos agarramos de otros símbolos, sabidurías de otras culturas, fusionando. Por ejemplo, en la cultura andina el negro es poder. En la occidental, muerte, desgracia. Entonces, en la película, la Mama T’alla está de negro, representando el poder que tenía en esa sociedad. Pero, ves toda la película en negro y te lleva a pensar en una tragedia, una fatalidad. Ahí hacemos mezcla de códigos y, a través de esa mezcla, que la película sea universal. 

Oscar, has dicho, era más contemplativo, tú, más racional ¿Qué hay de Óscar hay en ti para Yana-Wara o tus próximos trabajos?

Es un proceso, un aprendizaje. A medida que adquieres más experiencia, en cualquier índole, la vida golpea… pienso que una persona va mutando, cambiando. 

Hay un realizador peruano que, cuando joven, hacía películas bélicas y nosotros lo admiramos. Ahora, él es un hermano mayor, de 70 u 80 años. Un día nos acercamos y le dijimos que admirábamos una película que hizo sobre violencia y nos dijo: “para qué hacer películas sobre violencia, eso está mal. Hay que hacer cosas que aporten a la humanidad”, él hoy habla así porque ha cambiado. 

Por ejemplo, estoy haciendo un proyecto que trata sobre la salud humana, este es un tema mundial que me preocupa. Ya creo que estoy iniciando esta etapa de preocupación universal. El cambio es un proceso natural. Tal vez, incluso, al pensar en el cine, tengo ganas de hacer comedia, con otro propósito: hacer cine de entretenimiento, hacer industria para generar más espectadores. 

¿Cuál es tu opinión de la nueva Ley del Cine en Perú?

Los realizadores no estamos de acuerdo. En esa ley se ve que existe la censura en el cine. Nosotros pensamos que toda experiencia debe ser libre, no se puede parametrizar el pensamiento humano. Hoy hay un consenso generalizado en el medio audiovisual y estamos en contra de esa ley. Espero que este nuevo Parlamento la pueda derogar, porque sería mejor dar libre expresión y que el público se exprese.

Si algún realizador está a favor de la ley puede exponerlo también. Esa es la riqueza cultural que queremos. Hoy no podemos hablar sobre política, la defensa nacional… te limita. 

Si Yana-Wara fuera una palabra, cuál sería…

Me trae muchos recuerdos. 

Tercer tiempo

A sala llena, en silencio, con solemnidad y respeto… Así los espectadores que participaron de la segunda noche de la muestra Cine+Video Indígena recibieron la obra de Tito Catacora. 

Todo lo leído, lo escuchado, se amplifica al mirarla. Los tiempos de la narración, el guion, la representación del horror y de valores como la justicia comunal hacen de esta un lugar de profundas reflexiones, tal como lo diseñaron sus autores. 

Hablar del horror, de lo inevitable del destino en cada cosa que le pasa a la protagonista interpela a quienes prefieren mirar a las niñeces bajo el velo de la inocencia, donde nada malo les puede pasar… pero les pasa. Mostrar el autocuidado y la defensa a la violencia de género o a los espíritus malignos que, por ejemplo, podrían estar escenificados en el profesor, es otra jugada que deja perplejo al espectador. 

Yana-Wara, sin embargo, es también un reconocimiento a la ternura, en ese acto desinteresado y verdadero con el que Evaristo cuida a su nieta hasta el final o cuando Mama T’alla , una figura de poder, pide al consejo ser justos con la sentencia para el anciano que, por compasión, toma la decisión sobre el destino de su nieta. Como dijo Olga Tokarczuk (Premio Nobel de Literatura), “La ternura es la forma más modesta de amor. No tiene emblemas o símbolos especiales. Aparece cuando miramos de cerca y con cuidado a otro ser, a algo que no es nuestro «yo» pero donde nos descubrimos a nosotros mismos”.

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