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Ruta

Juegos de identidades

Nuestras identidades son dinámicas, los contextos y las situaciones nos van cambiando.

Los seres humanos somos parte de colectividades que determinan nuestra forma de presentarnos al mundo. Tenemos nacionalidades, adscribimos o no a alguna religión, o aprendemos comportamientos asociados a un género determinado; sin embargo, todo esto puede ser cuestionado y reformulado.

 

Las percepciones de la identidad no son inamovibles. Son cambiantes y dependen fuertemente de la cultura a la que pertenecemos: ella las contiene y moldea, como a un líquido, estableciendo una norma y una forma para reconocernos en la sociedad.

 

Cada comunidad tiene códigos visuales que operan, según el acuerdo social, para mostrarse y comunicarse, y los objetos que creamos son verdaderos dispositivos en esta clase de lenguaje no verbal. La tecnología con que están fabricadas las cosas y los diseños que portan, por ejemplo,  comunica mensajes sociales, políticos, étnicos y de género, entre otros. Estas formas de representar y representarse pueden llegar a constituir emblemas de identidad. 

 

Esta ruta presenta prendas de vestuario, ornamentos e intervenciones corporales, representaciones del ser humano y otras piezas, con las cuales las personas y colectivos del territorio americano han definido y comunicado sus identidades a lo largo del tiempo. 

Piezas Emblemáticas de la ruta

La actitud defensiva y el trance evidente en el rostro de esta figura, nos sugiere a un guerrero. Esculturas como esta acompañan en las tumbas a los personajes más poderosos de la costa oeste de México. ¿Habrá sido un guardián de los difuntos? De cuerpo grueso, brazos pequeños y piernas poderosas, lleva un casco cónico y una rígida coraza que amortigua los golpes en el combate, mientras porta en sus manos un arma en forma de macana. Esta es la indumentaria de un ente protector.

Entre los antiguos mayas, el poder y la filiación social o étnica de las personas se indicaba por medio de ornamentos, accesorios y vestimenta. Tal como el tocado que se acomoda en el cráneo intencionalmente deformado de esta mujer, común entre las señoras de más alto rango. A ello se suma el traje: el huipil y el largo faldón exhibe las insignias que la identifican en su rol femenino. La deformación craneana ya no se practica, sin embargo, ambas prendas siguen siendo usadas hasta hoy por las mujeres mayas.

Wari y Tiwanaku fueron dos grandes imperios preinkaicos. En su área de influencia, desde Perú hasta el norte de Chile, es característico encontrar estos gorros de cuatro puntas. Además de señalar el origen étnico de sus portadores, estos tocados fueron emblemáticos de sus autoridades políticas. Ambos gorros tienen la misma forma y técnica de nudos, sin embargo, los de Wari están hechos por partes, suelen ser afelpados y decorados con motivos figurativos; en cambio, los de Tiwanaku son tejidos de una vez y con estandarizados diseños geométricos.

La alfarería de Chancay se ha considerado sencilla, en comparación con la sofisticación que alcanzó su arte textil, sin embargo, el estilo de su cerámica marcó más que cualquier otra artesanía la identidad de este pueblo. Fue producida en grandes cantidades, la mayoría para ser destinada a ofrendas funerarias. Sus formas son simples, de  uso cotidiano, pero al ser individualizadas con rostros y vestidas con los diseños de sus textiles, son dotadas de humanidad y de un sin fin de identidades, como este personaje que acompañó a un difunto en su viaje al otro mundo brindando con la chicha sagrada que guarda en su cuerpo.

Los mapuches vinculan el ketru metawe al mundo femenino. Son jarros que se regalan a la mujer casada como emblema de identidad. Su forma recuerda al pato (ketru) salvaje, cuyas hembras cuidan y protegen a sus crías. Se usan en los momentos más importantes de la vida de la mujer: contienen el agua sagrada que bañará por primera vez a un  bebé o el mudai, la chicha de maíz, que se sirve en  actos rituales o festivos.  Jarros-patos similares acompañan a veces a las mujeres en las sepulturas de los antiguos habitantes del Wallmapu, sugiriendo una raíz profunda de esta cosmovisión.

Estas dos personas de barro, desnudas y lejos del pudor actual, muestran su identidad sexual a través de los genitales. Un tocado en la cabeza, aros en el rostro, collares en el cuello y pintura corporal decoran sus cuerpos con significados que hoy desconocemos. Para quienes formaron parte de la cultura Providencia, parecería ser que expresar en sus artesanías el género de forma binaria fue una norma. ¿Se relacionaría esto acaso con el rol que se le asignaba a la complementariedad de género en la reproducción de esta sociedad?

El tráfico e intercambio de plumas fue una actividad muy extendida en tiempos precolombinos, pues ellas cumplían una importante función en la cosmovisión de muchos pueblos. Usándolas en sus atuendos, las personas asumían simbólicamente los atributos de las aves, especialmente la capacidad de volar. Aquellos que vestían ropaje de plumas o las llevaban en sus ajuares funerarios, poseían un lugar especial dentro de la comunidad. Esta máscara de madera, que probablemente ocultó el rostro de un difunto, fue cubierta de plumas multicolores de aves selváticas que habitan muy lejos del lugar donde este objeto se creó.

Algunos de los más finos atuendos en los Andes prehispánicos fueron emblema de la autoridad política y religiosa de sus líderes. Entre ellos, destacan especialmente las túnicas o unku realizadas en tapicería o decoradas con diseños teñidos por reserva de amarras, como los de esta prenda que imitan la piel moteada de jaguares o serpientes. Quien usaba esta túnica, adquiría para sí mismo y para su comunidad, la fuerza y el poder de estos dos animales sagrados de la cosmovisión andina.

Todas las piezas de la ruta

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